La comunidad santuario

 Cómo los agustinos del Medio Oeste y la comunidad católica de Chicago apoyan a los refugiados.

 «Porque fui forastero, y me recogisteis». Mateo 25:35


El p. Homero Sánchez, O.S.A., con la madre de una familia migrante la cual la parroquia Santa Rita y Santa Clara han ayudado a albergar.


El aire brilla a través de la pista del aeropuerto O'Hare cuando una joven pareja sale del puente de embarque y entra a la terminal, cada uno con una bolsa de supermercado llena de pertenencias.

Fuera de las ventanas, los trabajadores han comenzado a arrojar equipaje al azar sobre una cinta rodante. La pareja no se molesta en buscar sus maletas.

Esas bolsas de la compra llevan todo lo que tienen.

El hombre mete la mano en el bolsillo y saca su teléfono. Tiene batería suficiente para llamar a un número nunca ha usado antes. El número de un hombre con el que nunca ha hablado, pero del que ha oído hablar mucho.

Él marca.

El teléfono suena.

Al otro lado de la línea, contesta el obispo Dan Turley, O.S.A.

«¿Hola?»

 


Más de 10,000 solicitantes de asilo llegaron a Chicago desde agosto de 2022, de Centro y Sudamérica según el ayuntamiento. Los refugiados llegan en masa en avión, tren y autobús, abrumando a una ya tensa red de refugios.

Incluso cuando Chicago, una “ciudad santuario” para los inmigrantes, se esfuerza por movilizar recursos y abrir puertas a comisarías de policía de toda la ciudad como refugios para pasar la noche, todavía no existe una solución sostenible al desafío de brindarles a estas familias el tipo de apoyo que necesitan para recuperarse, dejando a las organizaciones comunitarias llenar los vacíos.

Organizaciones como los Agustinos del Medio Oeste.

Cuando el obispo Dan recibió la llamada de la joven pareja varada en el aeropuerto, pidiendo ayuda para encontrar vivienda, los agustinos no tenían un protocolo establecido para brindar refugio a los refugiados, aparte de aquel que establece la Arquidiócesis de Chicago.

«Nos mirábamos unos a otros como, “¿qué hacemos con ellos?”», recuerda el p. Homero Sánchez, O.S.A., párroco de la Parroquia Santa Rita de Casia y de la Iglesia Santa Clara. Terminó pagándoles un hotel por cinco noches a la pareja mientras él averiguaba dónde moverlos próximamente.

Apenas unos días después de la primera llamada, una segunda pareja llegó a las puertas de la parroquia pidiendo un lugar donde quedarse. El p. Homero comenzó a acercarse a organizaciones comunitarias, a otras parroquias y a la provincia, buscando formas de apoyar y albergar a estos refugiados.

A medida que se corrió la voz, los feligreses estaban ansiosos por unirse a la causa.

«Necesitamos ayudar a nuestros vecinos; es parte de nuestra fe, amarnos unos a otros y ayudarnos unos a otros en la necesidad», dice María Larry, feligresa de Sta. Rita y una de las primeras voluntarias de un comité de ayuda llamado Migrant Help Commitee. «Yo también tengo una hija de 12 años y no podía imaginarme [vivir fuera de una estación de policía]».

Lo que comenzó como una respuesta única apoyada por unos pocos, se convirtió en un proceso estructurado habilitado por docenas de voluntarios.

Pronto, el programa de apoyo a refugiados de Sta. Rita encontró apartamentos disponibles y pagó los primeros meses de alquiler, la obtención de muebles y suministros para el hogar nuevos y usados ​​para estas familias de refugiados, desde electrodomésticos grandes hasta cosas tan simples como un abrelatas. Además, los voluntarios traerían semanalmente comida a las familias y les ayudaban a encontrar trabajo, comunicándose en algunos casos mediante aplicaciones de traducción con refugiados que sólo hablaban español.

En cuestión de meses, el Migrant Help Commitee de Santa Rita y Santa Clara estaba ayudando a una o dos familias por semana mudarse fuera de los campamentos de refugiados que quedaban cerca de las estaciones de policía locales, donde la ciudad de Chicago les había permitido quedarse, a viviendas temporales.

El impacto iba en aumento.

A medida que crecía la respuesta y llegaban más refugiados a la ciudad, los agustinos continuaron tomando conciencia y apoyando el trabajo que otras organizaciones estaban realizando, y recibiendo apoyo de organizaciones como Caridades Católicas, las Hermanas de San Casimiro, Ray y Millie McCarthy Charitable Fund, Southwest Organizing Project (SWOP), las parroquias San Judas y San Nicolas, entre otras.

La Renovación Parroquial de Southside, (Southside Parish Renewal) una colaboración de cuatro parroquias: Cristo Rey, San Bernabé, San Cayetano y San Juan Fisher – es uno de los grupos con los que los agustinos y el prior provincial p. Tony Pizzo, O.S.A., trabajaron para apoyar a la comunidad de refugiados, incluso celebrando una misa al aire libre predicada en español.

«Empezamos a escuchar a los voluntarios y personas que interactuaban [con los refugiados], que decían: “Esta gente está realmente sufriendo y les encantaría ver un sacerdote que hable español'’», dice Maureen Gainer Reilly, uno de los miembros laicos de la junta de Southside Parish Renewal y feligrés de San Bernabé, quién coordina la ayuda a los refugiados. «Podemos hacer cosas más importantes porque estamos trabajando juntos».

Ese espíritu de colaboración ha sido fundamental para la respuesta de toda la comunidad. Y a medida que el trabajo que los agustinos y otras parroquias de la Arquidiócesis de Chicago se extienden, el impulso está creciendo y cada vez más personas se involucran, en formas grandes y pequeñas.

«Es como sumergir el dedo del pie en el agua; una vez que lo haces, te sumerges bastante rápido», dice p. Larry Sullivan, párroco de la parroquia Cristo Rey. «Este es realmente un aspecto esencial de vivir la vida del Evangelio».

Sólo en agosto de 2023, la comunidad agustina colocó a 22 familias de refugiados (92 personas) en hogares estables: la mayor cantidad que jamás hayan colocado. Pero hay más familias esperando.

Para el p. Homero y los Agustinos del Medio Oeste, el trabajo está lejos de terminar.

«La Regla de San Agustín dice: “dad a todos no por igual, sino según sus necesidades”», explica el p. Homero. «Y somos pobres y hacemos voto de pobreza, pero nuestra pobreza no es simplemente “no tener suficiente”, es compartir lo que tenemos. Compartimos mucha esperanza aquí».

Esperanza y recursos.

En promedio, pagar el primer mes de alquiler de una familia de refugiados cuesta alrededor de $1,500 dólares, un costo que es dividido en algunos casos con Caridades Católicas y financiado por donantes privados.

Pero los impactos de ese costo no tienen precio.

Durante el año pasado, las familias de refugiados que habían sido apoyadas por los agustinos volvieron a una estabilidad financiera, encontrando trabajo en la comunidad, asumiendo sus propios pagos de alquiler, compraron automóviles y mascotas, y retribuyeron a las comunidades parroquiales que los apoyaron. Para el p. Homero, esto es el éxito parece y es uno de los aspectos centrales de su comunidad parroquial.

«En 1905, los inmigrantes construyeron esta comunidad, la parroquia de Santa Rita y Santa Clara, por lo que nuestras raíces son de inmigrantes», afirma. «La hospitalidad es parte de ser agustino».

Para apoyar los esfuerzos de ayuda a los refugiados de la Provincia Agustina del Medio Oeste con su tiempo, talentos, y tesoro, por favor contacte al p. Homero Sánchez, O.S.A., en homeroosa@gmail.com (Parroquia Santa Rita de Casia) o a Los Agustinos del Medio Oeste en 10161 Longwood Drive, Chicago, IL 60643.